Ver con los ojos del alma: la intuición como brújula.

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iempre he tenido una sensibilidad especial para captar lo que no se muestra. No sé si llamarlo intuición, percepción energética o simplemente una conexión más aguda con lo esencial… pero lo cierto es que hay algo en mí que reconoce verdades que no se dicen, gestos que contradicen palabras, sonrisas que esconden intenciones.

Mientras muchos se fijan en lo que alguien dice o en cómo se ve, yo observo lo que hay detrás: los silencios, las micro expresiones, las energías que se sienten sin hablar. Es como si el alma tuviera sus propios sentidos, más precisos que la vista o el oído. Y desde ahí, he aprendido a moverme en el mundo.

No todo lo que brilla es oro, y no todo lo simple es poco valioso. Lo he visto una y otra vez. Personas con discursos perfectos, con encantos superficiales, con una presencia cuidadosamente construida… pero que, al acercarte, se sienten vacías, interesadas, desconectadas. Y otras, más discretas, más calladas, más "normales", que tienen un corazón enorme, una verdad que vibra fuerte y un valor que no necesita demostrarse.

Esa capacidad de mirar más allá me ha salvado muchas veces. Me ha permitido evitar vínculos que parecían promisorios pero eran tóxicos. Me ha ayudado a elegir bien con quién compartir mi energía, a quién dejar entrar en mi círculo más íntimo, y a quién decirle “no” con amor, sin culpa. Porque no todo el mundo merece un lugar en nuestra vida, por más encantadores que parezcan al principio.

También me ha enseñado a ser responsable con mi propia energía. No se trata solo de ver al otro con claridad, sino de observarme a mí misma: ¿desde qué lugar me vinculo? ¿Desde la necesidad, desde el miedo, desde el ego herido? O desde la calma, la conexión y el respeto. La intuición no es sólo un radar externo: también es una llamada interna a actuar con honestidad. A veces, lo que nos perturba del otro es sólo un reflejo de algo no resuelto dentro de nosotros. Y eso también hay que mirarlo.

No es magia. No es misterio. Es presencia. Es prestar atención. A veces el cuerpo lo dice todo antes que la mente: se te encoge el estómago, te pesa el pecho, algo se apaga por dentro. O, al contrario, sientes ligereza, expansión, claridad. El cuerpo es sabio cuando lo escuchamos sin prisa.

Con los años he aprendido que no necesito justificar a quién dejo entrar o a quién dejo ir. Porque proteger mi energía es también un acto de amor propio. Porque el alma sabe, incluso cuando la mente duda.

He tenido que soltar vínculos que ya no vibraban con mi verdad. He dejado de insistir donde ya no había reciprocidad. Y he abrazado la soledad cuando era más nutritiva que una compañía vacía. Eso también es sanación.

A veces me han dicho que soy “demasiado sensible”, “demasiado cerrada”, “demasiado selectiva”. Pero prefiero ser eso a dejar que cualquiera invada mi mundo sin respeto. Mi círculo de vida no es un lugar de paso: es un espacio sagrado. Y no todos están listos para entrar ahí.

A quienes me leen hoy, les dejo este consejo sincero: no ignoren lo que sienten. No se traicionen por agradar. No inviten a su vida a quienes sólo traen ruido, presión o desgaste. Hay personas que saben hablar muy bien, pero no saben amar. Hay otras que no dicen mucho, pero cuando las miras, ves hogar.

Y eso… eso no se finge. Eso se siente.

Confía en tu percepción. El alma nunca se equivoca.

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