La vida no se corre: se camina con fe y ligereza.

V

ivimos en un mundo donde la prisa se ha vuelto la norma. Todo es para ayer. Se nos exige inmediatez: producir rápido, tener éxito antes de los 30, tener certezas en cada paso. Y si no logras todo eso en tiempo récord, parece que fracasaste. Pero… ¿quién dijo que esa es la medida correcta para vivir?

Yo creo profundamente que la vida no es una carrera, sino un camino sagrado. Que cada paso tiene su momento. Que hay un tiempo para sembrar y otro para cosechar. Un tiempo para estar en soledad, y otro para compartirnos. Un tiempo para llorar, y uno para reír con el alma. Lo más liberador que he comprendido es que ese tiempo no lo definimos nosotros. Por más que lo forcemos, lo que es para nosotros llegará cuando estemos listos para recibirlo.

Durante años intenté acelerar los procesos. Me angustiaba ver a otros avanzar mientras yo sentía que estaba estancada. Buscaba señales, certezas, respuestas inmediatas. Le pedía a Dios, al universo, que las cosas sucedieran a mi ritmo. Pero la fe no se trata de controlar, sino de confiar. Y confiar no es sencillo cuando no ves resultados. Pero es precisamente en ese silencio donde la fe se vuelve más real: cuando, sin entenderlo todo, decides creer igual.

Con el tiempo entendí que vivir con ligereza no es vivir sin compromiso. Es tener el alma libre, no atada. Es hacer tu parte y soltar aquello que no depende de ti. Es respirar profundo y decirle a la vida: “Lo que es para mí, llegará. Lo que no, que se aleje en paz.”

Ligereza no es desinterés. Es madurez espiritual. Es comprender que no todo lo que pesa vale la pena. Es dejar espacio para que el alma respire, para que la vida se acomode. Porque muchas veces no es que Dios no te escuche, es que antes necesita vaciarte de lo que no necesitas para poder darte lo que realmente es para ti.

Y cuando dejas de vivir con prisa, empiezas a notar los pequeños milagros. Los gestos simples. Los detalles que antes pasaban desapercibidos. El presente se vuelve más claro, más valioso. Porque vivir con ligereza es vivir con atención. Es estar presente en el ahora. Es disfrutar el proceso, incluso cuando el resultado aún no se ve.

He aprendido que algunas pérdidas eran en realidad una protección. Que algunas demoras eran necesarias para que pudiera encontrarme con una versión más fuerte, más sabia de mí misma. Que a veces la vida no responde enseguida, porque lo que está preparando para ti requiere una estructura interior que aún se está formando.

Hoy elijo caminar más liviana. Sin el peso de las expectativas ajenas. Sin la presión de tener todas las respuestas. Ya no corro. Camino. Y lo hago con confianza. Sé que lo que es para mí no se escapará. Y si tarda, no es un castigo, es preparación.

Caminar así no es ser pasivo, es vivir con conciencia. Es elegir la paz por encima del control. Es hacer espacio para la gratitud, para lo sencillo, para lo que no hace ruido. Porque muchas veces la bendición llega disfrazada de demora. Otras veces aparece cuando ya no la esperabas, pero puedes recibirla porque ya no estás impaciente, sino en paz.

Esa paz nace del descanso espiritual. De dejar de luchar contra el tiempo y empezar a colaborar con la vida. De confiar en que Dios hará lo que solo Él sabe hacer, mientras tú cuidas lo que sí está en tus manos: tu actitud, tu integridad, tus valores.

Así que, si estás leyendo esto, te dejo mi consejo de corazón: no te apresures. No vivas persiguiendo tiempos que no son tuyos. Haz tu parte con amor, con entrega, con propósito… y luego suelta. Vive con ligereza. Camina con fe. Lo que está destinado para ti no llegará tarde, sino justo cuando tu alma esté lista para recibirlo.

Follow Us on Social Networks!

Síganos en las Redes Sociales

Latest news straight to your inbox!

Subscribase y manténgase informado
Thank you! Your submission has been received!
Oops! Something went wrong while submitting the form.
Secure, No spam.